"La
estación de Lisieux nunca habría podido inspirar a Salvador Dalí.
Era un lugar triste y frío. Markus se fijó en un cartel que
anunciaba el museo dedicado a Santa Teresa de Lisieux. Mientras
avanzaba hacia Nathalie, pensó: 'Anda tiene gracia, siempre había
creído que Lisieux era su apellido...' Sí , de verdad, pensaba en
eso. Y Nathalie estaba ahí, muy cerca de él. Con sus labios del
beso. Pero su rostro parecía triste y serio. Su rostro era la
estación de Lisieux".
Imagina
la sucursal de la sueca Ikea en París. En sus oficinas trabajan los
personajes de La delicadeza. Imagina a la prota como un molde
de Natalie Portman -se dice expresamente en la novela- que además se
llama Nathalie. Acaba de quedarse viuda de François, a quien conoció
por puro azar pero resultó ser el amor de su vida. Todo el mundo la
ve como una belleza inalcanzable. Su jefe, Charles, que está casado
con un amor gastado, hace aproximaciones fallidas. Nathalie no puede
olvidar a François, pero un día, impulsivamente, para salir de su
bucle amoroso, se aproxima a Markus, un sueco que trabaja en la
oficina, y, de todos el más inesperado, le estampa un beso. Markus
no puede creerse lo que ha sucedido. A Nathalie le cuesta hacerse a
la idea de lo que ha hecho. La novela da vueltas sobre ese hecho,
sobre sus consecuencias, sobre el proceso de seducción.
Protagonistas y antagonistas, el amor verdadero y el gastado.
Si
hay un país en el que hay un abismo entre la gran literatura y la
literatura popular ese es Francia. No tiene un Shakespeare o un
Cervantes, pero, en el espíritu francés, el concepto ‘literatura’
domina la vida cultural y su historia. Los nombres que la han
practicado están en el Olimpo, desde Ronsard a Proust, pasando por
Racine y Molière. Son sus héroes, por encima de los hombres de
armas, salvo, eso sí, Napoleón. En el siglo XX los literatos
estaban en la cumbre de la vida social: Sartre y Camus, Michel
Foucault y Roland Barthes. Hasta sus presidentes son hombres de
letras, con obra literaria detrás.
Sin
embargo, al otro lado siempre se ha cultivado una música y una
literatura popular que la gente realmente leía o escuchaba: de Françoise
Hardy a Françoise Sagan, pasando por Colette. David Foenkinos está
en este bando, con gran éxito.
Foenkinos
es consciente de la literatura que practica, se recrea en ella. Crea
situaciones frases pensamientos ideas con las que su público lector
accede a un tipo de sentimientos que derivan de la gran literatura, a
través de un estilo bonito que ofrece al lector o lectora emociones
de segundo orden, o simulación, emociones o sentimientos literarios, tan lejos de
la vida real: "Algo que era lo maravilloso de los cuentos, de
los instantes robados a la perfección", con frases del tipo:
"Tanta fragilidad al final acaba siendo una fortaleza".
Foenkinos, consciente de la vacuidad y del simulacro, introduce el
humor, sin renunciar al estilismo: “La lluvia caía sobre el rostro
de Nathalie, de modo que no se podía distinguir que eran gotas y que
eran lágrimas". "El sueño es el camino que lleva la sopa
de mañana". "Markus seguía acariciando sin tregua el
cabello de Nathalie. Le gustaba tanto, quería conocer uno a uno cada
pelo, familiarizarse con su historia y sus pensamientos. Quería
viajar por su cabello".
La
gran literatura busca el sentido de la vida y su imposibilidad, el
orden social y la revuelta contra el poder establecido. La pequeña
se conforma con emociones de segundo orden, como esa abuela solitaria
en su casa de Normanda a la que que acude Foenkinos para acabar la novela. A la abuela se le alegra el semblante al ver, sorprendida, a su nieta Nathalie que llega de París para mostrarle su
conquista, ya semiolvidado François. Sonrisas y lágrimas.